César Antonio Sotelo

casotelo@uach.mx

Universidad Autónoma de Chihuahua

 

Resumen: La obra de Jeannette L. Clariond está anclada en una manipulación precisa de la palabra, labor que se ha enriquecido con su trabajo como traductora de poesía. En Cuaderno de Chihuahua, la palabra se convierte en una herramienta para la construcción de la identidad, herramienta que moldea y pule la memoria que de su familia y de su ciudad de origen tiene la autora. El objetivo de esta ponencia es mostrar, a través de un análisis hermenéutico del texto, como Clariond maneja la palabra para construir esta identidad al mismo tiempo que logra crear un universo íntimo, regional y universal, un espejo en el que todo ser humano puede reflejarse.

 

Palabras clave: memoria, identidad, poesía chihuahuense

 

Abstract: The work of Jeannette L. Clariond is anchored in a precise manipulation of the Word. That labor been enriched by her work as a translator of poetry. Because of this, in Cuaderno de Chihuahua, the word becomes a tool for the construction of identity, a tool that shapes and polishes the memory that the author has of her family and city of origin. The purpose of this paper is to show, through a hermeneutic analysis of the text, how Clariond manages the word to construct this identity while at the same time creating an intimate, regional and universal universe, a mirror in which every human being can be reflected .

 

Key words: memory, identity, chihuahuan poetry

 

La poesía es anhelo de luz y ausencia de respuesta.

Jeannette L. Clariond

 

 

Miércoles, tengo seis años, meriendo en el Parque Lerdo; las ramas espinosas cubren el césped recién sembrado. Mi padre mira por el retrovisor antes de marcharse. Suelto la mano de mi madre, corro hacia la fuente; me busco y entreveo el rostro de la abuela, lo blanco de su cabello, lo blanco de su memoria, lo blanco que en el fondo es toda fuente. ¿En dónde estoy?, ¿dónde mi cara?, ¿qué hay en el fondo lamoso que no alcanzo a ver? Me asomo, me asomo… me asomo hasta caer. Es el primer recuerdo del viaje hacia mí. Difícil reconocer las raíces del agua. Mis manos dejan de moverse, mis ojos se pierden en la sombra sembrada de cielo. Miro, miro fijamente el fondo donde algo ha dejado de temblar… Mi madre, enfadada, me saca del agua y me amonesta sin saber qué decir: “¿Cómo es posible?” Desde entonces me busco en las piedras, los árboles, el sol perdido al tramonto.

 

El espejo sin romper, el agua aún turbia. (Clariond, 2013, p.17 )

 

Luminosas, cinceladas con la melancolía que envuelve siempre a los recuerdos de la infancia, Jeannette L. Clariond desgrana y engarza las palabras lentamente para, hechicera de todos los tiempos, revivir un mundo perdido en los recovecos de la memoria, un laberinto personal en el cual deambula para deconstruir y reconstruir a su padre, a su madre, a su hermana, a sus ancestros lejanos y cercanos, siempre en busca de reconocerse en ellos. En ese caminar por el tiempo perdido, descubre el paisaje que su memoria atesora, una ciudad perdida, espacio que imperceptiblemente ha sido enterrado por el tráfago de la modernidad que nos atropella, espacio que encierra, ligado a él irremediablemente, el atormentado origen del yo. Su voz, llena de dolor, alegría, nostalgia y gratitud, articula sonidos y palabras, en prosa y en verso, para convertirse en el vehículo que busca desentrañar el misterio del yo.

La obra de Clariond siempre se ha fundamentado en una manipulación precisa de la palabra, una labor que se ha visto enriquecida con su importante desempeño como traductora de poesía, mismo que desarrolla a la par de su incansable ejercicio lírico. Este minucioso trabajo, que le permite pulir sus palabras como joyas hasta montarlas en un verso primorosamente trabajado, es uno de los rasgos fundamentales de su lírica, que la crítica ha sabido apreciar desde la aparición de su primer poemario, Mujer dando la espalda (1992).

En Cuaderno de Chihuahua, texto publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2013, este característico ejercicio de la palabra se convierte en el instrumento esencial para que la voz poética de Jeannette L. Clariond pueda construir un texto en el que el verso y la prosa tienen como objetivo la revelación y la construcción de la identidad de la mujer, en un análisis que va a buscar en las raíces más profundas del yo, en las voces del pasado, para intentar entender la compleja personalidad de la que nace la voz lírica. Así, en este libro la palabra se presenta como herramienta que rescata, moldea y pule la memoria que, de su familia, de su ciudad de origen y de sí misma tiene la autora, para convertirse en un espejo en el que se refleja no sólo ella, sino la sociedad de su tiempo.

El acercamiento hermenéutico al texto para descubrir la simbología personal de la voz poética pone en evidencia cómo Clariond maneja la palabra para construir su identidad como mujer al mismo tiempo que logra crear un universo íntimo, regional, en el que su ciudad natal, Chihuahua, es el eje en torno al cual gira la memoria. Y es que la lírica de Clariond en Cuaderno de Chihuahua nace de ese encuentro doloroso y particular con el pasado, para convertirse en un canto universal, un espejo en el que todo ser humano, hombre o mujer puede reflejarse.

Según Gadamer, el punto de partida para relacionar la actividad hermenéutica con la literaria está remitido a lo que la lectura es esencialmente: un “ámbito vasto” en el que ambas acciones giran en torno a un sentido sobre el cual se sustenta la actitud oyente, que se mantiene en sí misma si lo que se escucha está siendo comprendido. Los elementos de este ámbito están contenidos en la actividad humana del dialogar, la cual representa para Gadamer no solo el nexo entre hermenéutica y literatura, sino también –por ser el diálogo la manera más simple de mantener un sentido– el resultado de una “esencia”, a saber, la del ser comprendedor, pues de la intención de éste surge el diálogo (monológico o interpersonal) como “dirección hacia un sentido” (Franco,2004).

Desde esta perspectiva, se desprende que la palabra poética ante todo está dotada de una dirección hacia un sentido. Por eso, en el mágico ritual de la poesía de Clariond, el parque Lerdo de la ciudad de Chihuahua, paraíso perdido en la memoria de la autora, añorado edén de la infancia de muchas generaciones de chihuahuenses despierta lentamente y de nuevo transforma su estanque, plácido ojo de agua cegado con los años, en el turbio espejo en que una niña, una mujer, una artista de la palabra se busca a sí misma, buceando en las ondas profundas, opacas, revueltas de su pasado.

El paisaje de la ciudad de Chihuahua es una presencia constante en la lírica de Clariond, vive en su memoria y su evocación es una de las raíces de su verso. Ya desde su segundo poemario Newaráriame, editado por la Universidad Autónoma de Chihuahua en 1996, el parque Lerdo habla de un edén perdido, el de la infancia:

Frente a la farmacia Niños Héroes,

el cine de pájaros y el olor a musgo;

de Sisogíchic [sic] la fronda de álamos,

el paso del ave que se pierde,

las vendedoras hacia el parque Lerdo,

donde niñas juegan a la bebeleche

y niños se dan toques sobre charcos,

tomados de los postes de luz.

(Clariond, 2004, p. 19)

 

Para la voz poética, la palabra precisa cincela un espacio urbano en el que la imagen de las aves, visualizadas como un espectáculo cinematográfico, se mezcla con el olor del musgo que rememora de la sierra de Chihuahua, para evocar los rasgos con que la memoria revive el pasado. En tal evocación, los recuerdos de infancia se ligan al Parque Lerdo, con las niñas jugando mientras los niños ejecutan una actividad tan varonil en la cultura de ese tiempo como es la de aguantar descargas eléctricas. Así, con parca exactitud, la palabra busca la identidad en ese pasado que es el espejo del yo.

Símbolo complejo y sumamente variado, el espejo, a lo largo de los años ha representado, en la cultura occidental, a la imaginación, por su característica particular de reflejar mundos posibles en los que las cosas suceden al revés de cómo pasan en nuestra realidad. Tal vez el mejor ejemplo literario sea el que nos brinda Lewis Carroll al crear el fantástico mundo de Alicia que vive al otro lado del espejo: Alicia comienza su aventura, en la segunda de las narraciones que protagoniza, cuando al mirar el espejo situado en el salón de su casa, no deja de observar, comparando su realidad con la que habita en el cristal azogado, el infinito universo de posibilidades que ofrece:

 

Apenas si puede verse un poquito del corredor de la casa del espejo, si se deja la puerta de nuestro salón abierta de par en par: y por lo que se alcanza a ver desde aquí se parece mucho al nuestro sólo que, ya se sabe, puede que sea muy diferente más allá. (Carroll, 1986, p.88)

 

Pero el espejo, además de la fantasía, también simboliza la conciencia, ya que tiene la capacidad de reproducir los reflejos del mundo visible en su realidad formal. Desde esta perspectiva, varios filósofos lo han relacionado con el pensamiento, pues es una especie de vehículo mental en donde se produce la autocontemplación y el reflejo del Universo. Es en este sentido en el que se le relaciona con el simbolismo del agua reflejante y que los griegos explicaron con el mito de Narciso, como lo describe Robert Graves:

 

Narciso era hijo de la ninfa azul Liríope… a quien el vidente Tiresias había dicho “Narciso podrá vivir muchos años a condición de que nunca se conozca a sí mismo” Cualquiera podría haberse enamorado justificadamente de Narciso. Con dieciséis años su camino estaba sembrado de amantes de ambos sexos cruelmente rechazados… un día llegó a un arroyo claro como la plata y nunca perturbado por ganado, pájaros o fieras; ni siquiera por las ramas de los árboles que le daban sombra. Cuando, agotado, se inclinó sobre la herbosa orilla para saciar su sed, se enamoró de su propio reflejo. (Graves, 2005, pp. 315-316)

 

Cargado de dolor y alegría, pleno de interrogantes y respuestas que se adivinan, Cuaderno de Chihuahua maneja con sutileza las palabras para conjuntar ambas visiones del símbolo: El poema es ese espejo en el que el poeta se busca, intenta conocerse, descubrir su propia verdad aún a costa de su vida, como Narciso y a la vez, en él descubre mundos fantásticos, en donde las cosas son diferentes, y los hechos del pasado adquieren otras dimensiones, maravillosas, llenas de música y luz.

Jeannette L. Clariond hace uso de este recurso simbólico, tan antiguo como la humanidad, para señalar el camino que la voz poética seguirá en su viaje por el laberinto de los recuerdos, camino que desarrolla un juego entre identidad y memoria, juego que persigue un objetivo claramente establecido: que el ejercicio de la palabra sea la luz que le permita llegar a entender la vida y entenderse a sí misma, como mujer y como poeta, a través de descifrar el pasado. Las reglas del juego son simples y al mismo tiempo complejas, dolorosas de acatar: la palabra debe desnudar el alma, para reconocer en la narración de la historia personal los signos que señalan verdades ocultas y sufrimientos encerrados; sólo de esta manera el poema podrá develar los arcanos de silencios impuestos por generaciones para así reconstruir poco a poco la esencia misma del ser, la íntima voz que se forjó en esos silencios, en los sufrimientos intuidos, en los secretos a voces, en las emociones reprimidas y en los sentimientos velados del entorno familiar.

Con valentía, la palabra entonces rompe el silencio para reconstruir la memoria,  para desempañar el espejo en el que la voz poética busca reflejarse, un recurso ya manejado por la autora, pues identidad y memoria son dos estrategias de Clariond que tienen una función constante, permanente, en toda su producción poética, pues como recurso para generar el poema, le permiten el entrar y salir de rasgos, elementos y circunstancias que son el basamento de la movilidad constante en que se va construyendo la imagen de la mujer.

El uso de tales estrategias no es nuevo. De hecho, las autoras mexicanas, desde la segunda mitad de la centuria pasada, han hecho uso de ambos recursos para desarrollar su lírica. Al respecto, Gloria Vergara explica:

 

El panorama de la poesía mexicana del siglo XX nos muestra distintas etapas en las que indiscutiblemente la imagen de la mujer se va conformando desde variados aspectos identitarios de la cultura. La pasión, el deseo, la soledad, el rechazo social, los roles predeterminados, el reclamo, el enfrentamiento amoroso, la recuperación y exploración del cuerpo, la autocontemplación, la conciencia de finitud, la integración a la naturaleza, la búsqueda de los ancestros, la vuelta a lo primitivo y lo sagrado son parte de ese proceso de interiorización. (Vergara, 2007, p.14)

 

En una sociedad patriarcal como la mexicana, en donde la mujer no se ha integrado plenamente, con igualdad de derechos y condiciones, hasta la fecha, a las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales, es natural que, en el largo proceso de cambiar las estructuras vigentes para incorporarse al desarrollo de las nuevas propuestas de vida, la mujer, antes de proponer rumbos distintos a los transitados, deba encontrarse a sí misma, saber quién es y qué quiere. La poesía ha sido uno de los vehículos vitales para esta toma de conciencia de la mujer mexicana, por eso, como indica Vergara: “Las poetas de la segunda mitad del siglo XX asumen ya su condición femenina y entran en un dominio más liberado y deliberado de la palabra. Ahora los nombres de las mujeres son esenciales…” (Vergara, 2007, p. 17).

El proceso no ha sido fácil, y en el periplo, las mujeres han debido enfrentar la incomprensión y el rechazo no sólo de la sociedad, sino incluso de sus más allegados. Porque, como se ha dicho siempre, la poesía, “esa loca de la casa” no encaja en un mundo que cree en la productividad y el progreso. Pero es en esa lucha constante y a menudo silenciosa y silenciada, que el uso que de la palabra han hecho las mujeres ha cambiado la visión de la poesía y se ha apropiado de ella para darle una visión y una sensibilidad particular, ya que, gracias a su particular manejo de la palabra, que las dota de un lirismo especial, las mujeres identifican su propia identidad y la de la realidad en que se encuentran inmersas.

En esa evolución de la tradición, al tomar la palabra y forjarla en su propia experiencia, la mujer encuentra su propia voz, con características muy suyas que enriquecen a la propuesta lírica, y al mismo tiempo, se permiten utilizar el poema como vehículo de exploración personal que les permita encontrar su lugar en un mundo en cambio constante. Por eso afirma Vergara que:

Para las poetas mexicanas del siglo XX la poesía es una posibilidad de comunión con su entorno. Nombran las cosas, los procesos, su naturaleza, se apropian de su interioridad. La mujer pasa de ser la portadora de la tradición oral, al lenguaje poético escrito y plasmado en su cosmovisión individual. En ese despliegue, pone en relación purificadora su realidad y se inserta en la crítica social y cultural de los distintos aspectos que la conforman y cambian. Recupera la memoria, el deseo de la memoria, gracias al cual convergen la visión colectiva y la estrategia de reflexión y evocación. La memoria nos descubre múltiples caminos que se desplazan hacia su verdad, una verdad múltiple, que se complace en lo heterogéneo, en el diálogo, en lo colectivo. (Vergara, 2007, p. 19)

 

De esta manera, la poesía de Jeannette L. Clariond sigue la senda de Concha Urquiza, de Rosario Castellanos, Ulalume González de León y tantas otras para crear su propia lírica, dotada de una exquisita sensibilidad que le hace posible aprehender de la experiencia de la vida la sabiduría que lleva al conocimiento del propio ser. Para ella, la palabra plantea una búsqueda de la perfección, de la eternidad, de su esencia como ser humano, en la indagación del pasado. Así lo explica cuando canta en sordina “Contraria a su forma / la circunferencia/ en un solo fondo/ se desparrama” (Clariond, 2013, p.23).

El poema entonces se convierte en el medio para recuperar esa perfecta unión, mas para lograrlo se debe indagar en el pasado, por eso más adelante la voz poética clama: “Hoy vuelvo al mismo sitio para configurar/ la desparramada circunferencia” (Clariond,2013, p. 36).

El círculo, la circunferencia, del latín circulus que significa cerco y también redondo, al no tener principio ni fin, es un símbolo de lo eterno y de lo absoluto, por ende, de Dios, de la eternidad. La voz poética, ansiosa de esa eternidad, del equilibrio que se encuentra al estar en armonía con todo lo creado, busca reconstruir una circunferencia que se ha derramado, extendido en el tiempo y el espacio, para volver a formarla y de esa manera volver a ser una con la eternidad. Y la clave es la palabra, pues:“—… la palabra es árbol, / nudo de fronda y raíz” (Clariond, 2013, p. 40).

De esta manera, la palabra deja de ser instrumento de búsqueda para transformarse en árbol de la vida. Las raíces que se encuentran entonces, en el fondo del estanque oscuro y lamoso, escondido espejo antiguo, saldrán a la luz con toda su carga dolorosa, para descubrir el origen del poema:

Bendito dolor, dice el santo. Necesario dolor, dice el poeta.

En arte, el dolor es puerta. Una puerta abre otra, y muchas más. Más que puente, puerta.

¿Cómo es posible que una puerta separe mundos contiguos? Un árbol es sombra de once puertas. En el desierto, si no encuentras agua, ves una puerta. En Egipto, una puerta es un altar. El lenguaje es la llave de una puerta que el dolor busca desleír. Chihuahua es mi laberinto de mil puertas. (Clariond, 2013, pp. 18-19)

 

En el proceso de reconstrucción del pasado, que es el camino para encontrar la voz de la poeta, el dolor es una de las raíces en las que se sustenta la lírica de Jeannette L. Clariond. Todos los seres humanos nacen, crecen, viven y mueren con dolor. Pero en la mayoría, el dolor se calla. Se oculta. Se olvida. Por el contrario, para Clariond, el dolor es el sustento del alma, el origen del arte, materia prima lista que debe transformarse en palabras. Por eso ella misma declara, cuando se le cuestiona sobre cómo nacen sus libros: “Del dolor, suelen surgir del dolor. Soy adicta a él, no porque lo quiera, sino porque lo traigo enquistado desde hace tiempo en la piel” (Estala, 2013).

Unida al dolor, otra de las raíces que nutre la lírica de Clariond es el silencio. Si la palabra desvela, el silencio crea. La palabra da forma, pero el silencio da esencia. La palabra hiere, el silencio resiste.  “Aprendí a leer en los ojos de mi madre, sus palabras extrañas, su silencio tras aquella puerta de cedro. Eso me hizo poeta. Su tristeza fue mi bendición” explica la voz poética.

De esta manera, dolor y silencio son dos de las raíces en que se sustenta la poesía de Jeannette L. Clariond. Al mismo tiempo, dolor y silencio establecen un diálogo entre la voz y la memoria, como elementos esenciales en la representación de la mujer. En ese intento por reconfigurar la circunferencia que se ha salido de sí misma y derrama su forma en las numerosas imágenes del pasado, el poema se transforma en ese espejo en el que la poeta se sumerge, como Alicia, para encontrarse en la confirmación de su voz, una voz que brota fuerte, desde la arenas del pasado, para romper los silencios, para recuperar las huellas de sus ancestros, la huellas que le han llevado hasta donde se encuentra, que le han permitido tomar conciencia de lo que es, para poder concretarse, ser pleno, en armonía con el universo, en la sagrada tarea de la escritura: “La palabra me fue enseñando que escribimos para asumir lo que aún no entendemos de nosotros, que la voz es río y desierto, piedra y corriente, sombra que se hace más sombra en el dolor” (Clariond, 2013, p.108).

“En la lengua está el origen de los afectos” escribe Clariond “se inventa lo que no se entiende, se recrea la porción de realidad que nos ha sido vedada, se busca leer el pensamiento del otro…” (Clariond, 2013, p.48). Así la palabra va cumpliendo su función de espejo en su doble simbología: refleja la realidad del ser humano, su esencia, su identidad, pero también explica lo que el mismo ser humano desconoce, la fantasía que es parte de la vida misma, la magia que explica lo que el individuo no sabe y nunca sabrá, porque la memoria es un juego que mezcla a partes iguales la ilusión y la verdad. Así, el camino de la voz es el camino de la búsqueda en los rincones de la memoria, y una vez que la voz se encuentra, las palabras crean la identidad. Para Clariond, la existencia es un proceso que sólo adquiere sentido a través de la palabra. Es gracias a ella que el hombre y la mujer encuentran su verdadero sentido. Porque la palabra es la única capaz de reconfigurar la circunferencia que se ha desparramado. La verdad del yo sólo se establece en el poema y por eso:

 

Más que vivirla, la vida hay que escribirla. Las agujas de los templos, las frondas de los robles, los muros, un altar son formas de escrituración, el legado del que en todo momento se adueña el espejo. Las formas nos miran. Lo que hemos mirado como un mundo, también nos mira: las manos, los pasos, las oropéndolas con sus nidos, el asombro de Juan Ramón, mi padre: todo es fiel oyente de lo que soy. Y no lo soy por el recuerdo sino por los ojos que vieron el origen de mi destino. Los cerros de Chihuahua, el Grande y El Coronel, fueron mi horizonte. Su altura marcó y delimitó mi espacio para la creación. Verlos es volver a desear: deseo entonces la sustancia de aquellos ojos, abismo interior que no cesa de mirar, llama azul que arde ausencia. Y la sal, la blancura de la nieve en la cima, hoja inmersa en la tinta. Mi sed, el vacío en el paisaje de mi infancia que nunca podré colmar. Esparcidas flores, campanas, la hora sin que nadie advierta mi partida. (Clariond, 2013, p.126)

 

 

Referencias

Carroll, L. (1986). Alicia en el país de las maravillas: Al otro lado del espejo. México: Porrúa.

Clariond, J. L. (2004). Nombrar en vano. México: CONARTE Nuevo León/ Mantis Editores.

Clariond, J. L. (2013). Cuaderno de Chihuahua. México: Fondo de Cultura Económica.

Estala Rojas, E. (2013, Agosto 22). El dolor y la belleza de Jeannette Lozano Clariond. Ventana Latina. Revista Cultural. Retrieved from http://www.ventanalatina.co.uk/2013/08/el-dolor-y-la-belleza-de-jeannette-lozano-clariond/

Franco, R. (2004). Carácter hermenéutico del texto literario. Notas sobre la “esencia” de la literatura como diálogo en Gadamer. Espéculo. Revista de estudios literarios. Obtenido de http://www.ucm.es/info/especulo/numero27/hermen.html

Glantz, M. (2008). La polca de los osos. México: Almadía.

Graves, R. (2005). Los mitos griegos. Barcelona: RBA.

Robles, M. (1989). Escritoras en la cultura nacional (Tomo I). México: Diana.

Vergara, G. (2007). Identidad y memoria en las poetas mexicanas del siglo XX. México: Universidad Iberoamericana.