Sobre Ante un cuerpo desnudo, de Jeannette L. Clariond

CARLOS AGANZO

 

Ante un cuerpo desnudo
Jeannette L. Clariond

Reino de Cordelia, Madrid, 2020

 

El cuerpo y el espíritu. La desnudez, el despojamiento. El amor como signo del ser humano. La capacidad de ser en el otro; de ser uno mismo sólo en virtud del otro. El poder de la mirada profunda para pasar fuertes y fronteras. Para adentrarse en territorios de lo inefable… De esto es de lo que nos habla en carne viva, en espíritu encendido, Ante un cuerpo desnudo, de Jeannette L. Clariond, flamante ganadora del II Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz, de la Academia de Juglares de Fontiveros.

Desde la portada, la espléndida edición de Reino de Cordelia nos invita a compartir con la poeta su personal inmersión en la gran belleza. Su camino hacia el alma por los territorios del cuerpo. Un tránsito no exento de peligros. Ni de trampas. Un itinerario en soledad que también es vía dolorosa, porque nunca es sencillo entrar en uno mismo para salir de uno mismo renovado, dispuesto a ir más allá. Dolor de ser humano, que en este caso es también dolor intrínseco de mujer. O de mujeres: de antígonas infinitas, de violetas vulneradas en comunión compartida.
Es desde el desarraigo, desde la soledad, la orfandad y el abandono, desde el más íntimo desierto humano desde donde parte la mirada de Jeannette L. Clariond hacia el sentido último de la desnudez. Un extrañamiento, un primer reconocimiento de la flaqueza. Pero también la voluntad de seguir en pie, como el árbol que ni puede ni quiere apartarse de la tormenta. A partir de ahí, la honda contemplación del cuerpo divino. De ese cuerpo desnudo que encarna, en su materialidad inmaterial, los cuerpos desnudos de todos los hombres en el tiempo. La única guía posible en este viaje.

Cuerpo material que es expresión de lo nacido en tierra, entre agua, peces, árboles, piedras, hombres y mujeres. Cuerpo así del delito de ser humano, con sus sombras, sus vergüenzas y sus miedos primigenios. Cuerpo que es llaga, dolor de ser mundo, carne astillada o costado atravesado por la lanza de la incuria. Pero también cuerpo que es rostro: rostro-nombre-amor en el que se refleja el alma. Que son manos que impregnan el amanecer. Cuerpo que al despojarse, árbol sin corteza, muestra su inquietante desnudez de bosque. Cuerpo en los límites del cuerpo que se manifiesta finalmente, como fulgor derramado, con toda su belleza. Camino de perfección a través del cuerpo. Luz de los sentidos, geometría del amor.

No tiene en sus bases el premio San Juan de la Cruz de Fontiveros ninguna otra vinculación con la persona ni con la obra del autor del ‘Cántico espiritual’ que no sea la de la alta calidad literaria. En este caso, sin embargo, la necesaria dificultad de este intenso camino poético se suaviza, casi se podría decir que se ilumina a cada paso de manera formidable con la presencia y la figura inspiradoras de Juan de Yepes. Con sus llamas de amor que nos orientan a través de la noche oscura. Con su calor de palabra palpitante que nos mantiene vivos sobre la nieve. Con esa música callada que late y conmueve y traspasa en cada uno de los poemas. Así desde el dolor hasta la sed que solo se sacia con más sed. Desde la contención de la mirada hasta el desbordamiento neto del corazón. Maravillosa provisión para un camino tan árido.

Si es cierto que la voz más pura del Cántico de San Juan nos llega, a través de los salmos, de las más ancestrales canciones de boda o de amiga de las primeras mujeres de la cultura judía, no es menos cierto que en este libro la voz de mujer de Jeannette L. Clariond cobra de manera extraordinaria esa misma y abrumadora dimensión. Abierta, perenne, traspasadora del tiempo y del espacio. Más que un libro, una experiencia.